El nuevo SUV de Citroën es el C-Crosser, un clón del Peugeot 4007 y del Mitsubishi Outlander, salvo por algunos detalles, como es el frontal, la parte trasera, el volante y poco más. Los tres modelos son fabricados en Japón y Citroën manda sus motores HDI para que sean montados en la fábrica de Mitsubishi. Este sistema ahorra dinero y tiempo a Citroën con poca experiencia en este tipo de coche.
Esta clonación puede ser criticable y en el caso de Citroën aún más. El C-Crosser tiene un gran aplomo y firmeza pero pierde la suavidad y filtración de rodadura propias de Citroën. El C-Crosser es un coche, para lo normal en la marca gala, rudo, rígido de pisada, de asientos, de marchas, de dirección…
Tiene lagunas importantes como puede ser la imposibilidad e montar la suspensión hidroneumática (que tiene el C5 y C6), la amortiguación autonivelante trasera del Grand Picasso, la falta de freno de mano automático, sensor de lluvia, de reglaje de profundidad del volante o faros direccionales, más aun cuando hablamos de un coche de casi 40000 euros, en su versión Exclusive.
No todo son puntos negativos. El habitáculo es muy amplio y la ergonomía está bien cuidada. Los asientos son grandes y firmes y por su posición más elevada, todos los conductores van más sentados que estirados, algo que favorece el confort a la larga. En la tercera fila solamente irán cómodos niños, pero en ese caso resulta muy útil. El maletero es amplio y con una buena boca de carga. En si el habitáculo desprende calidad y robustez.
El C-Crosser dispone de un sistema de tracción integral que permite operar sólo como tracción delantera, con tracción total variable o en tracción total con reparto fijo de par al 40/60 por ciento entre los ejes delantero y trasero.
El motor del Citroën es un exquisito 2.2 de 156 CV (una variante del biturbo de 170). Es un motor con mucho empuje, es progresivo, suave y bastante silencioso
En conclusión es un buen SUV pero con una filosofía que no concuerda con la marca de la que procede y con lagunas de equipamiento que rompen con la tradición de Citroën…
Esta clonación puede ser criticable y en el caso de Citroën aún más. El C-Crosser tiene un gran aplomo y firmeza pero pierde la suavidad y filtración de rodadura propias de Citroën. El C-Crosser es un coche, para lo normal en la marca gala, rudo, rígido de pisada, de asientos, de marchas, de dirección…
Tiene lagunas importantes como puede ser la imposibilidad e montar la suspensión hidroneumática (que tiene el C5 y C6), la amortiguación autonivelante trasera del Grand Picasso, la falta de freno de mano automático, sensor de lluvia, de reglaje de profundidad del volante o faros direccionales, más aun cuando hablamos de un coche de casi 40000 euros, en su versión Exclusive.
No todo son puntos negativos. El habitáculo es muy amplio y la ergonomía está bien cuidada. Los asientos son grandes y firmes y por su posición más elevada, todos los conductores van más sentados que estirados, algo que favorece el confort a la larga. En la tercera fila solamente irán cómodos niños, pero en ese caso resulta muy útil. El maletero es amplio y con una buena boca de carga. En si el habitáculo desprende calidad y robustez.
El C-Crosser dispone de un sistema de tracción integral que permite operar sólo como tracción delantera, con tracción total variable o en tracción total con reparto fijo de par al 40/60 por ciento entre los ejes delantero y trasero.
El motor del Citroën es un exquisito 2.2 de 156 CV (una variante del biturbo de 170). Es un motor con mucho empuje, es progresivo, suave y bastante silencioso
En conclusión es un buen SUV pero con una filosofía que no concuerda con la marca de la que procede y con lagunas de equipamiento que rompen con la tradición de Citroën…
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